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“¿Y qué culpa tiene el fútbol si vienen cuatrocientas televisiones, lo meten en una caja tonta y lo retransmiten a todo el planeta?”. Esta es una de las últimas paridas que he colgado en mis “citas puñetero-deportivas” del arco del triunfo.
El gran éxito del fútbol es que lo pueden ver en un estadio con capacidad para miles y miles de personas (hasta más de cien mil, cuentan las crónicas) gentes de todas las facultades intelectuales: desde los que tienen el cerebro más vacío que el bolsillo de un indigente hasta los cabezas de huevo que -para ganarse el favor de las masas y venderles unos cuantos libros- alaban este deporte como si fuse una conjunción astral llena de magia, arte, aventura y fantasía.
Para ser practicante del mismo tampoco hacen falta grandes cualidades. Pa qué nos vamos a engañar. Luego está el poder, que sabe apropiarse de todo aquello que vaya en su propio beneficio (en este caso, el atontamiento del personal, que es capaz de salir en masa a la calle porque su equipo gana una copichuela y en cambio se queda en casita rumiando aunque media ciudad esté a oscuras por falta de farolas). Le echamos al invento esa estúpidas ansias de diluir nuestra individualidad en un grupo que nos da ciertas señas de identidad colectiva y ponemos la guinda del negocio que hacen con él los que se dedican a la cosa del pastoreo mediático y mercantil. Et voilá: la ración diaria de fútbol, para desayunar, almorzar, merendar y cenar.
Pese al fútbol mismo. Deporte que -como tú- me encanta criticar porque lo han convertido en la vida misma: un asco. Pero me gusta siempre hacerlo desde la distancia, alejado del mundanal ruido de los campos y canchas, de las burdas conversaciones sobre la pata chula de Ronaldo o la genialidad de su primo el del Barça. Yo a quien le daría un balón de oro es al investigador que ha hecho que me ponga bueno de esta maldita gripe. O al inventor del teléfono, la radio o las castañuelas. Pero comprendo que en ciertas cosas soy un señor la mar de rarito. Uno al que le gusta ver el fútbol como el que disecciona una mariposa por el simple hecho de querer comprender de qué está hecha la sabiduría y estupidez de nuestro mundo natural y artificial. Un rollo, vamos. Pero no veas qué interesante… Tanto como ver el mismo partido cincuenta veces al año.
Acabo con otra cita puñetera: “Habló la afición y dijo…mú”. Cosas del césped…
Pues así es, Juan. Hay que sufrir a los borregos que pululan alrededor del fútbol. Quizá porque es más fácil ser borrego en el fútbol que en otro deporte con reglas más elaboradas. Sí, en los deportes algo más complicados de entender la gente se comporta de otros modos. Mira, el boxeo es la mar de simple de entender, y todos sabemos el comportamiento de gran parte del público en las veladas. Es como si una mínima complejidad para entender las reglas básicas de un deporte supusiera un freno proporcional para los mentecatos.
Y estamos de acuerdo. El fútbol no tiene la culpa. Como se dice en el discurso, si no fuera el fútbol sería otro deporte el que mayormente concitara a las masas…
Pero yo me pregunto, ¿por qué otra realidad ha de ser necesariamente como la que ya tenemos? Es decir, ¿por qué ha de haber un deporte que sea tan abrumadoramente el mayoritario hasta el punto de que el segundo en ese particular ranking esté a “seguidores-luz” del primero?
Me gusta seguir siendo un “chalao” y aunque he jugado al fútbol…a los fanáticos del balón no los trago.
Se pasan el fin de semana leyendo periódicos, viendo el telediario y oyendo la radio para al llegar el lunes por la mañana se griten los unos a los otros los resultados en el bar.
¿Tan importante es que me lo he perdido?
Dejadme desayunar…
@ harald50
Ya sabes que aquí ‘chalaos’ somos todos los que no viajamos con la mayoría. Pero cuando ir con esa mayoría supone ver eliminada tu capacidad de pensar por ti mismo, yo también me siento a gusto siendo un ‘chalao’.