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Escribías en un comentario anterior que “a mí me da la sensación de que el racismo está instalado en la mente del que interpreta ese término como racista”. ¡Pleno al quince y te llevas una! Te voy a poner un ejemplillo en otra dirección. Ahora por las Andalucías de mis entretelas los jerifaltes de la Junta han decidido que el lenguaje es sexista y que por tanto hay que emplear ambos géneros para evitarlo. Ya están sacando las correspondientes leyes y normas. Incluso se ha solicitado un informe a la Academia de la Lengua Española sobre el asunto, con objeto de avalar la nueva filosofía “de la igualdad”. Ya en el proyecto que va pergeñando el Parlamento sobre el nuevo Estatuto de Autonomía (qué epidemia, dios mío, lo de los nuevos estatutos…) aparecen constantemente referencias a “los ciudadanos y las ciudadanas”, “los profesores y las profesoras”, “los hijos y las hijas”, etc. Si ya daban pocas ganas de leerlo, con esta farfolla palabrera, no se lo va a leer ni el tío de la imprenta. (O tía, ojo, que no quiero jugarme el pescuezo por sexista). Total, que la Academia ha respondido a la Junta que lo suyo es una chapuza gramatical y lingüística, aunque algunos como el Puñetas somos menos finos y afirmamos rotundamente que es una gilipollez. (Inteligentes los de la Junta, no sólo no rectifican si no que están tomando carrerilla…)
Vuelvo al grano. ¿Dónde crees que radica el sexismo, en el menda que se niega a escribir dos veces la misma palabreja por cuestión de economía y rapidez o en el/la tontícolo/la que ven sexismo hasta en las palabras “ángel” y “caracol”? Estoy convencidísimo que los auténticos sexistas son estos politicuchos y politicuchas banales y simplones/as, porque pretender cubrir mitad por mitad unas listas electorales o unos puestos directivos o la plantilla de una empresa con criterios basados en la paridad sexual (un nene, una nena, un nene, una nena…) eso es, pura y simplemente, sexismo puro y duro. Igual digo cuando pretenden la bisexualidad lingüística: chico/a, tonto/a, amigo/a… Esto me recuerda a los curas de antaño (y de hogaño…) que siempre estaban/están hablando y preocupàndose a todas horas sobre el sexo ajeno, acusando al personal de marranete, lascivo y tal. ¡Ellos son los auténticos obsexos!
Revuelvo al grano. El gran problema es la simpleza argumental y cultural que hay detrás de estos nuevos meapilas de la modernez más antigua. Yo no conozco a ningún banquero, por poner una profesión guay, que sea racista. El día que viva rodeado de gitanos, o de negros o de chinos pobres, a lo mejor empieza a serlo. En este sentido, en el ámbito de las costumbres, la ideología y las maneras de vivir, la burgüesía, la gente de pasta y la gente culta casi siempre ha sido la mar de progresista, moderna y avanzada. Hasta para ésto hay que tener pelas o una buena posición. Por eso el racismo y la violencia y todas las maldades que se nos ocurran, se suelen dar en las capas bajas de la población. Por ejemplo, las que -mayoritariamente- van a un campo de fútbol… ¿Vamos atando cabos? (Claro, despedir a decenas de empleados eso no es un acto violento o injusto, si no simplemente un reajuste de plantilla o una armonización presupuestaria. Otro cabo atado: la definición de lo correcto o incorrecto, de lo bueno o lo malo, también la hacen “ellos”).
PD: En Andalucía, donde hablamos tan estupendamente (a diferencia de como nos pintan los que se las dan de letrados), puedes escuchar, en cualquier diálogo, algo como ésto que me invento:
-¿Qué, picha, desollando el toro?
-Anda, maricón, que siempre estás con lo mismo.
-Coño, no seas soplapollas y dime porqué estás cabreao.
-Vete a la mierda. No me hagas reír ahora, que se me caen los empastes y mi sacamuelas se va a poner las botas…
(Adivina, adivinanza: acabarán a hostia pelada ambos interlocutores; no, son amigos y residentes en Marbella; utilizan el lenguaje coloquial más directo, expresivo y desinhibido que saben; los tíos merecerían estar en la Real Academia de la Lengua…). El código lingüístico que dominan emisor y receptor no lo entienden nada más que ellos y quienes están en el ajo. (Como pasaba en el partido de cadetes que comentas). Intentar analizar el diálogo referido desde fuera del contexto, de la cultureta y del triángulo lingüistico empleado por los susodichos es no comprender absolutamente nada de lo que es el lenguaje y la comunicación. Se podrá efectuar una crítica gramatical, semántica y cultural, pero de ahí a meterse en berenjenales de ideologías, valores y éticas es como si prohibíesemos llamar burro al señor asno porque la palabra “burro” tiene connotaciones despectivas. Mejor aprendieran a hablar correctamente nuestros politizánganos en vez de pretender que los curritos que debemos soportarlos seamos como las hermanas ursulinas. Ya están estos tipos como los curas: que no joden ni dejan joder. No te digo…
@ Juan Puñetas
Pues déjame apostillar algo a lo que dices. El sexismo está arraigado en las propias feministas. Vamos a ver (creo que ya he escrito esto mismo en algún lugar, pero no recuerdo dónde). Esas chicas que tanto protestan cuando no se incluye el sexo femenino en el habla formal son las mismas que cuando algo les gusta dicen que está “cojonudo”, y cuando algo no les gusta dicen que es un “coñazo”.
Lo bueno es lo masculino, y lo malo es lo femenino. A mí me parece eso más sexista que omitir decir: ciudadanos y ciudadanas…
Y otra más. El juez y la jueza (palabreja que a mí me suena hasta mal) o el concejal y la concejala. ¿Se dirá también el edil y la edila?; pues según el DRAE, sí. Yo siempre he entendido estas palabras como sustantivos comunes en cuanto al género. Recuerdo haber oído toda mi vida el juez y la juez, el concejal y la concejal, el edil y la edil.
Pero ya que debo estar equivocado, voy a empezar a decir para no errar más: la electricista y el electricisto, la ebanista y el ebanisto, la florista y el floristo, la pianista y el pianisto. Ridículo, ¿verdad? Pues si cunde el ejemplo nos acostumbraremos a oírlo, seguro.
Y sobre el tema que nos ocupa, te doy la razón en que estos “politizánganos” —con tu permiso, me apropiaré de esta festiva expresión— pretenden manipular hasta las jergas y las jerigonzas. No me veo yo cabreado a lo Eto’o(nto) si jugando un partido en Camerún todo el público comienza a llamarme: “blanco, blanco, blanco”. Y si alguno del público me dijera “puto blanco de mierda” me puede dar un pasmo del ataque de risa.
Otra cosa es que temiera por mi integridad ante el desbordamiento de la masa aborregada (sean borregos negros o sean borregos blancos), pero ese caso no es el que han denunciado los politizánganos que nos ha tocado sufrir.