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Supongo que no estarás muy contento con los conciertos en los campos de fútbol y en los pabellones deportivos.
Pero supongo que eres consciente de que sólo te queda el recurso al pataleo. Los políticos van a seguir usando los polideportivos para lo que mejor les venga en gana. Incluso para una feria de ganado, si llega el caso (creo recordar que hay precedentes, y tú lo debes de saber bien…)
Los conciertos si son en una instalación privada no suponen ningún problema para mí, jaja.
Bueno, hablando más en serio, hay algo que está claro. Las instalaciones son de la Administración y quienes las dirigen pueden disponer de ellas como consideren oportuno.
Pero…
Hay un pero. Quizá un concierto no tenga otro escenario mejor para llevarse a cabo que un campo de fútbol. Pero una cena… Que no me digan que un banquete ha de celebrarse en una instalación deportiva porque sí que por ahí no paso.
Tu artículo me ha recordado viejos tiempos. Aquellos en que oía al Butanito (Jose María García) hablando de que el Palacio de Deportes de Madrid y otros se utilizaban más para el circo y las actuaciones musicales que para la práctica deportiva. Y así seguimos, aunque ahora a nadie le llame la atención ni le escandalice el hecho, salvo a los pocos de siempre. Y es que, lo hemos comentado de pasada alguna vez, no tenemos cultura deportiva. Todavía con esas.
Aquí dejo un enlace a un artículo de prensa de hoy mismo, que al hilo del dopaje, plantea muy clara e ilustradamente, lo que afirmo en el párrafo de arriba. Y de paso, centra el asunto del dopaje en algo que ya también hemos comentado alguna vez.
http://www.diariosur.es/pg060707/prensa/noticias/Articulos/200607/07/SUR-OPI-258.htm
Juan, no es que yo sepa mucho, pero déjame decirte que para otra vez puedes poner el enlace con los códigos que te muestro aquí abajo en negrita y azul:
<a href="http://porelarcodeltriunfo.blogspot.com/">Por el Arco del Triunfo</a>
y aparecerá así:
Por el Arco del Triunfo
COMO VEO QUE SALE EL ENLACE (MISTERIOS DE LA WEB), COPIO EL ARTÍCULO PUES NO ES MUY LARGO:
EL ESPECTÁCULO DEBE CONTINUAR
Teodoro León Gross
Diario SUR 7/7/06
DESDE que la ‘operación Puerto’ identificó el nombre de varias decenas de deportistas de élite que habían mantenido un programa de dopaje, el asunto levanta pasiones, pero no por la ética del doping, ni por la sofisticación de la trampa, sino por curiosidad, por enterarse de la lista completa de culpables. A medida que haya nombres en ese bosque de iniciales, comenzará a haber árboles caídos. Ahí nunca faltan leñadores. Este es un tributo más del deporte a la sociedad del espectáculo. Primero ésta convierte el deporte en una competición donde los objetivos clásicos del citius, altius, fortius -más rápido, más alto, más fuerte- acaban por requerir asistencia química, porque sólo vale triunfar y hacerlo más pronto, más bonito y más barato. Y ahora, una vez que la trampa ya no se puede ocultar, el propio sistema tritura al pelele. El culpable es culpable pero también víctima.
El deporte en la modernidad surgió del higienismo, de la convicción del ‘mens sana in corpore sano’, de la moral limpia, del respeto al cuerpo con el propósito de «conservarse en la perfección de su naturaleza» (Kant) alejando de ese modo los vicios. ‘La virtud del cuerpo’ se vinculaba al orden, a la disciplina. Este nuevo camino de perfección -ya no ascético, al modo de Santa Teresa, sino atlético, al modo del barón de Coubertain- se integra en la educación moral. Arnold habla de esfuerzo y solidaridad sin más interés; Bergsson, de ganar confianza en uno mismo; Drieu incluso menciona la importancia del espíritu de equipo marginada por la sociedad burguesa. De ahí la idea de que lo importante es participar, porque no se trata de la moral de la victoria, sino de la moral a secas, lo que Coubertain llama ‘musculación moral del hombre’.
Tal vez así se entienda mejor aquella boutade de Borges anhelando un deporte «en el que no gane nadie». Con la lógica de la victoria acabó esa filosofía. Lo importante ya no era participar para hacerse mejor, sino ganar para ser el mejor. Ganar y además como sea. El primero es un ganador, el segundo ya es un perdedor, y los demás no existen. La industria del espectáculo impuso su lógica en el deporte hasta que el doping se le fue de las manos, y entonces ellos mismos decidieron encabezar la cruzada, no por ética -como intuyó Lipovetsky en ‘El crepúsculo del deber’- sino convirtiendo los laboratorios, las investigaciones, las condenas, en otra extensión del propio espectáculo.
El deporte está alienado. Ya no caben los gestos deportivos en el deporte profesional. Todo se interpreta en función de los resultados, de la cuenta de beneficios. Igual que ocurre en una empresa.
¿Quién es capaz de pedirle deportividad a una empresa? Ayer leía que Pepsi desenmascaró una trama por la que unos directivos de Coca Cola pretendían venderles la fórmula de una nueva bebida.
No ha sido deportividad ni ha sido ética. Ha sido sentar las bases de su propia ley del juego. Es un aviso a navegantes. Más bien ha sido un gesto defensivo que un gesto de decencia.
No puede existir la deportividad en los negocios, donde hay que aprovecharse de la debilidad del rival, sea propia o propiciada. Y no puede existir la deportividad en el negocio del deporte profesional.
Todo es dinero. Todo se compra y se vende porque todo tiene un precio. Y el utilizar un polideportivo para un banquete está también en el mercado, aunque sea en el mercado de las influencias y de los movimientos estratégicos.