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No se puede describir mejor la realidad de tantos deportistas que, como es ley de vida, hoy están en la cresta de la ola y mañana pasan a un segundo o tercer lugar. Como escribía León Gross en el artículo de prensa que copié en tu comentario anterior, la sociedad del espectáculo ha impuesto sus normas en las que sólo vale triunfar y todo lo demás no cuenta. Que las empresas y los mercaderes lo hagan, pues bueno, pues vale. Pero que la plebe, la gente del montón se suba al mismo carro, no sabiendo distinguir las margaritas de los margaritos, es lo que ya no tiene perdón alguno. Qué lejos queda lo de \
…Sólo iba a escribir Mente Sana, Cuerpo Sano, pero se ve que hasta a la web le resbala. Aün habiéndolo escrito, se lo ha saltado.
Una vez más es la ley de la oferta y la demanda. Vales tanto como lo que has hecho ayer. Algunos ídolos sí se proyectan más allá de su vida deportiva. Pero son casos contados. No hay sitio para diez mil comentaristas, ni para cien mil asesores del COI y del COE y de las federaciones internacionales, ni para absober toda la marea de profesionales que dejan hueco a las nuevas promesas.
Es una especie de mercado del deseo y de la esperanza. Hoy se pierde la posibilidad de llegar a las fases finales de un campeonato del mundo, pero dentro de dos años habrá otro torneo europeo, y dentro de otros dos otro mundial…
Cualquier tiempo futuro será mejor, porque trae consigo la promesa de un anhelo. Ya lo hemos comentado en alguna ocasión. El vulgo se satisface con los éxitos ajenos y con los éxitos colectivos.
Nadie tira cohetes porque un hijo haya aprobado la selectividad con una nota memorable. Sin embargo, cuando unos profesionales millonarios consiguen un éxito, algunos tiran la casa por la ventana.
Y el torneo del año que viene alguien va a ganarlo. Y quizá seamos nosotros… Es como el cuento de la máquina tragaperras. En la siguiente saco un premio. Y como de vez en cuando hay premio, sigo metiendo aunque a la larga pierda. Si dejaran de dar premios, nadie sería adicto al juego.
Algo anda mal en esta sociedad. Pero no interesa cambiarlo, mientras se sigan llenando los bolsillos de cuatro hacendados y los políticos aparezcan en fotos de prensa y el pueblo esté contento con este su nuevo opio: el deporte profesional.
Tal como sostiene Carlos Bianchi: “somos ingratos con nuestros padres, que se mataron por nosotros, ¿no vamos a serlo con alguien que hizo unos goles o entrenó a un equipo?”.
En realidad pienso que ambas visiones se complementan y se oponen a la vez.
Es como el comprar y el vender. Si alguien compra es porque otro alguien vende. Los actos de comprar y vender son complementarios (uno no puede existir sin el otro) y a la vez son opuestos (lo contrario de vender es comprar).
En este asunto no hay quien tenga razón. Es una misma moneda y estamos observando sus dos caras.
El deportista, en su declive, se siente defraudado porque ha perdido el calor del público. Pero es que eso es el público. Nadie le ha pedido que haga nada por ellos.
El público, de una u otra forma, ha pagado y ha sido servido. Y puede criticar el servicio si no le place la asistencia, porque eso va implícito en el precio que pagan: el derecho a la crítica y el derecho al desapego.
De la misma forma, las críticas van incluidas en el sueldo que el deportista cobra.
Son dos mundos contrapuestos y a la vez complementarios. Pero sí es cierto que el deportista, cuando comienza su cuesta abajo, anímicamente siente haber perdido el favor del público.
Algunos que se obstinan en permanecer acaban siendo mal recordados.