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¡Por fin llegamos al final de la serie, Aguja! Y, la verdad, que bien triste. Porque imaginaba que las cosas han cambiado bastante respecto a lo que uno vivió, pero que hubiera tanto negocio y mandanga por medio, llenando el bolsillo de tanto chilicuatre “benefactor”, no creía que llegase a darse en un mundillo donde se supone que los chaveas están para pasarlo bien y… punto.
Veo que no, pero bueno, mientras las ovejas acudan al redil, aún con la remota posibilidad de que les toque el gordo de Navidad en la piel de un hijo “figurilla” en lo de darle puntapiés a un balón, pues que se aguanten en la inversión y el timo.
Para los que tenemos ya nuestros añitos, no todo lo nuevo y actual es mejor que lo antiguo o pasado. En mis tiempos de chavea, allá por los 60, todas estas chorradas no existían (la pobreza era mayor y el disfrute más provechoso, por eso mismo). Ya existía el fútbol como comedura de coco, pero no llegaba a los niveles esperpénticos de hoy. Muchos chavales jugábamos al fútbol todos los días, en campos naturales (quiero decir, algún prado, una era, un descampado…) y solíamos hacerlo solos. Sin chandals, ni botas chulis ni gaitas ni miedos. Simplemente por placer. El único miedo era al cachete de nuestra madre porque los pantalones regresaban con rotos en las rodillas, pero aquellas mujeres sabían manejar muy bien la aguja (ahora, simplemente se tira el pantalón y a por otro) y los remendaban, les ponían protectores y a repetir la jugada.
No era una infancia maravillosa pero probablemente éramos -en nuestra inocencia- mucho más felices y, sobre todo, libres, que los nenes de ahora. Sí, luego llegabas al cole y había algunos maestros salvajes que te atizaban con un vergajo si no sabías cuántas eran dos y cinco, pero gracias a ellos valorábamos a los que eran buenos y comprendíamos que no todo el monte es orégano. Cosa, por cierto, que se creen hoy día todos los que no han pasado las dificultades económicas y morales de aquella época. Ahora, hasta darles un cachete cariñoso te puede llevar a ser acusado de acoso sexual o de abuso de menores, aunque seas el padre, la madre o el abuelo.
En fin, ni aquello era Jauja ni ésto es el Dorado. Bueno, el Dorado sí lo es para algunos listillos, como esos de algunas escuelas de fútbol y otros deportes de hoy en día. Mientras se lo consientan…
Ya dije en el primero de la serie que la avaricia del timado es parte indispensable para que funcione un timo. Éste no es el timo de la estampita, sino el del “si se cuida puede llegar lejos” que les dicen a los padres.
Ante tan simple condicional, la mente y la codicia de los padres pone el resto.
La serie está escrita yendo de lo general a lo particular. Me escribe un lector diciéndome que la serie arroja otro prisma leyéndola al revés, es decir, del tres al uno. Y quizá tenga razón.
¡Jo!, me estoy volviendo un poco satánico, como esos discos en los que oídos al revés se hacen invocaciones o/e imprecaciones.