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Creo recordar que, hace poco menos de un año, cuando escribiste por primera vez del entrenador-dios, te comenté que era una de las historias más tristes que habia leído. Veo que seguimos en las mismas y que la situación se va degradando aún más, si cabe. Vista la evolución, no sé si la próxima entrega la podré leer sin soltar unos lagrimones de aquí te espero…
La próxima se titulará “El estertor del entrenador-dios”.
Los lagrimones debes soltarlos por sus víctimas, los niños.
Eso es lo peor…sus víctimas, los pobres niños a los que les destruye la digestión con ejercicios, juegos y actividades con demasiada movilidad para la hora en que se realizan. ¿porqué no los hace él?. Un buen profesor - entrenador - monitor, debe ponerse en la piel de sus alumnos para saber si la actividad encomendada es adecuada; adecuada para la edad de los niños, adecuada para seguir unos objetivos (cosa que dudo que tenga), y en este caso, adecuada al horario en que se realizan. Un “explotador” que se aprovecha de la salud de los pobres niños para sacarse unas horas de más. Pero no toda la culpa es de él, sino del superior que le da esas horas.
En fin…en su conciencia quedará… (si es que lo piensa…)
El entrenador-dios es un mercenario, un pesetero que ha perdido la ilusión hace tiempo (si es que alguna vez la ha tenido). Con la rutina ha olvidado el sentido de lo que hace, y lo mismo le daría trabajar con niños que con tornillos.
En realidad, la vida laboral del entrenador-dios no se diferencia mucho de la de un operario en una cadena de montaje. Ambos realizan su trabajo rutinaria, mecánicamente, sin importarles el resultado.
La diferencia es que la calidad del producto final del operario depende en escasa medida de su cansino trabajo, y mayormente de las sinergias del conjunto de la fábrica.
Con los niños… debería ser diferente.