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El honor patrio, el orgullo nacional, el chovinismo provinciano dependiendo de que Fulanito consiga llegar el primero en una prueba deportiva organizada por una corte de viejos carcamales; o de que Menganito, dando raquetazos, llegue a la final y la gane frente al pérfido rival de turno. ¿Están locos esos romanos? ¡Lo están! ¿Tú has visto que, ahora que se están concediendo los premios Nobel de diversas materias y ciencias, alguien saque pecho poniendo a su país como ejemplo de campeonísimo en Física, Química o Biología?
El deporte, como práctica competitiva y elitista en el caso olímpico que nos ocupa, es un hazmerreir, un cuento chino que pretenden hacernos tragar como si nuestra vida, honra y calidad de los espermatozoides dependiesen de las cuatro zancadas del Fulanito, de las brazadas de Perenganito y de los puros del Marqués de Lissa-¿qué?
Está claro que el falaz argumento que vincula deporte y patria no sólo está extendido sino que también está muy asentado.
Cuando se llegue a alguno de esos callejones sin salida que el futuro suele deparar será tan complicado desandar lo andado que a los dirigentes nacionales y deportivos les será más sencillo huir hacia delante.
De momento se limitan a tensar la cuerda…