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La verdad es que estos tipos (y alguna tipa) saben montárselo divinamente. Hacen lo que les gusta, se lo pagan con dinero público o privado a costa de alguna subvención o propaganda o fotillo y encima salen en los periódicos como ejemplos de valentía y heroismo. Yo también quisiera ser como ellos, pero se ve que mis aspiraciones deben ser insignificantes. El hacer un poco de ejercicio semanal para que no se oxiden las articulaciones no autoriza a recibir subvención alguna y ni tan siquiera es catalogado como “aventura”, cuando en muchos casos lo es, y más fuerte y arriesgada, que la que hacen estos señoritos de la cosa del pilotaje sobre polvo, ascensión a un pico helado o vuelta al mundo en un velero bergantín con diez millones por banda, que la cosa no es gratis…
No deja de ser todo una farsa. Sí, vale, se van al polo o a las Chimbambas, las pasan canutas porque les da la gana, y luego vienen vendiéndonos su amor por la aventura envuelta en papel deportivo para que los medios de comunicación les hagan caso. Venderán sus experiencias al mejor postor y luego se descuelgan diciendo que lo hacen por amor al arte, y que los demás no somos capaces de percibir los auténticos valores de la vida porque estamos occidentalizados. Caramba, el mero hecho de sacarle un rendimiento crematístico a su historia debería ser suficiente para desenmascarar a estos farsantes. Qué diferencia con los exploradores e investigadores de verdad. Dian Fossey no volvió a la civilización convocando ruedas de prensa. Y su esfuerzo sí valió para algo que no fue engordar su ego.