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Me parece que toda esta gente, más moralista (falsamente) que Santo Tomás, hacen lo que hacen todos los políticos al uso (de hecho muchos dirigentes federativos son políticos frustrados, aunque a algunos no les va nada mal en este papel): engordar gracias al poder de que disponen. Lo del dopaje les ha venido de maravillas para aumentar esa cuota de poder. Además, oye, debe saber a gloria poder destrozar o, al menos, poner en la picota a un tipo mucho más guapo, fuerte, famoso y millonario que uno mismo. Especialmente después de haberlo encumbrado más de lo debido.
El cacao, o directamente caos mental, que tienen ahora mismo sobre lo que es dopaje y lo que no lo es, sobre cómo atajarlo sin alimentarlo, sobre qué juzgado tiene razón y cuál otro debe inhibirse, y en general sobre si lo que están haciendo es legal desde el punto de vista de los Derechos Humanos, es de aúpa.
Todos estos monos —con perdón de los simios— metidos a políticos de la cosa deportiva pueden acabar siendo juzgados más adelante por alentar todas estas leyes en la vorágine antidopaje que ellos mismos han creado, sin pararse a pensar si con ellos pisoteaban otros derechos más elementales.
Cuidadito porque la fuerza del engendro legaloide que han parido puede sobrevenirles con el ímpetu de un bumerán.