Coleccionismo futbolero

Me voy desperezando y animando a escribir tras mi accidente veraniego. Nada grave… Sufrí un shock mental debido al disgusto de ver que el país en el que vivo se ha ido, decididamente y sin remedio, a la mierda.

Empieza a oler a septiembre y mi hijo el pequeño (la mayor no quiere volver a Expaña) me asalta con el gasto de todos los años: los cromos del fútbol, una serie de estampitas con los caretos de gente millonaria que enciman se pasan todo el día jugando al balón.

Así que le he dicho que le voy a comprar la colección completa de un golpe: me lo llevo al quiosco y compro el anuario de uno de esos periódicos deportivos tan vendidos. ¡Leche!, por 6’00 â‚¬ me han dado un libraco de más de 400 páginas con fotos de todos los tipos de la primera división, con sus estadísticas e historial, más fotos y datos de los de segunda e información de segunda B y tercera y ligas europeas.

Sí, vale… El niño se va a perder toda esa cultureta que da el coleccionismo y no va a «socializar» con sus compañeros en la fila del cole cambiando cromos, pero ahora fardará de tener todos los datos de cada tío, que en el álbum no vienen. Se lo he comentado en los entrenamientos futboleros a una madre de otro niño y enseguida cogió la idea. Me temo que entre los padres cundirá el ejemplo, aunque sospecho que habrá pusilánimes que compren el anuario y luego la colección de cromos.

Pero la mejor reflexión la dejo para mis escasos y ávidos lectores. ¿Cómo es posible que un tomaco de 436 páginas a todo color me cueste seis euros y el más barato de los libros de texto del crío cueste más de 30 euros? Que no me vengan conque el anuario no es más que una base de datos volcada en papel, porque la información sobre ríos y volcanes, sobre el cuerpo humano y los insectos, o los problemas para entrenarse con las divisiones decimales son siempre los mismos.