Archivo diario: 26 de abril de 2013

El árbol torcido

Contar chistes por escrito es una pérdida de tiempo porque no hacen gracia; así pues, permitan que tan sólo me atreva a recordarles aquel del pastor montañés al que transportan a una urbe (española, claro) en plena campaña navideña. El hombre se da un garbeo por los inevitables grandes almacenes y allí ve un trenecito de juguete que va dando vueltas por unos prados muy bien representados en una maqueta. El paisano se enoja, ase la cachava como un cipote y comienza a darle bastonazos al tren hasta que lo destartala. Retenido por los servicios de seguridad, y viendo que no es más que un pobre viejo, le preguntan por su acción, y furibundo aún dice a voz en grito: «ahora, de pequeños, es cuando puedo acabar con ellos, porque cuando se hacen grandes me matan las ovejas».

Ya les he anticipado que así leídos los chistes no hacen gracia, pero me sirve para introducir este artículo: «Fútbol, niños, psicodrama».

La presión a que los adultos someten a los más pequeños finde tras finde logra que lo que debe resultar una práctica placentera, educativa, complementaria, formativa, se convierta en un drama, una obsesión, una histeria colectiva. Hace tiempo que lo sabemos, pero nadie ha tomado cartas en el asunto. Nadie con responsabilidades, porque a quien compete tomar medidas es a las federaciones a través de sus equipos.

Quizá de manera tan sencilla como dejando de imitar las competiciones de los grandes. ¿Adónde van con una liga de treinta partidos o más? ¿Por qué no convocar torneos de un fin de semana cada dos meses y entretanto que los niños entrenen por objetivos? ¿Por qué no dejar que cada entrenador premie a su equipo, ganen o no ganen, si alcanzan ciertos objetivos, como dar X pases seguidos sin perder la pelota, o rematar de cabeza entre los tres palos tras un saque de esquina, o trenzar tal o cual jugada?

Finalmente van a meter las pezuñas los políticos y como es de prever acabarán deteriorando la situación aún más. La única idea a la que les alcanza la neurona es parir una nueva ley, como si no estuviera ya todo legislado. Uno de los problemas de este estúpido país de estúpidos es que las leyes no se respetan y no se hacen cumplir. Ni la de los perros con correa ni la de no fumar en los bares. Pasado un tiempo la furia legislativa se relaja y la policía, funcionariado al fin y al cabo, se acaba ocupando de no meterse en líos y papeleos absurdos.

Luego los niños le salen torcidos a esta sociedad de catetos, porque, al igual que los trenes, hay que enderezar los árboles cuando son jóvenes poniéndoles un tutor que les dirija. Pero un tutor que tenga bien asumidos qué valores deben potenciarse.

Con una vuelta de tuerca más, es de justicia reconocer que el asunto no es sencillo porque la ley irá destinada a los adultos amparándose en preservar la salud mental y los derechos del niño… luego deberá tratarse de una ley orgánica… Desconozco si un gobierno autonómico tiene facultades para promulgar una ley de tal categoría, pero, ¿a quién le interesan los niños ni sus avarientos padres? Se trata de justificar el sueldo y el paso por el parlamento autonómico redactando una nueva ley, aunque acabe anulada por el Constitucional.