Publicado el 8 de mayo de 2013
Ha muerto un buen atleta y a tenor de las reacciones de sus convecinos se puede colegir que no era un mal tipo. Aunque sabemos que las mezquindades abundan en los pueblos (pueblo pequeño, infierno grande, aseguran muchos), hay que decir que en el País Vasco las vilezas entre vecinos no son la tónica habitual, aun habiendo de todo sobre esos verdes valles.
Lo obvio es lamentar la muerte de una persona que circulaba en bicicleta por la carretera. Ha muerto atropellado por un vehículo, o por su conductor para dejarnos de eufemismos. Pero existe otra visión que unos cuantos se niegan a aceptar.
Las vías urbanas no se concibieron para la práctica deportiva, y han de cerrarse al tráfico rodado para tal fin. Estos esforzados ciclistas quieren entrenar y practican en las vías públicas. Pero no se puede transitar por una vía pública haciendo carreras, ya sea en grupo, en dúos o en solitario contra el reloj.
Hace un siglo existían carreras automovilísticas por carreteras abiertas al tráfico. Pruebas que atravesaban países, tal que de París a Niza o a Burdeos para volver a todo gas. Estas pruebas automovilísticas en las vías interurbanas fueron prohibidas porque causaban mortandad de peatones o/y espectadores.
No se encoja de hombros mi ocasional lector… Hoy en día siguen concertándose pruebas automovilísticas de velocidad totalmente legales (aunque inmorales) con carreteras abiertas al tránsito y siguen muriendo niños y ancianos atropellados por los pilotos. Hasta hace bien poco tiempo ha existido una muy famosa carrera de autos en África que ahora se ha trasladado al continente sudamericano. Morían negritos y ahora mueren panchitos, ya… En Europa no se les ocurre, ¿eh?
Está prohibido realizar pruebas deportivas de velocidad en vías públicas sin la pertinente autorización, pero… ¿qué otra cosa está haciendo un hombre o un colectivo que se entrena en carreteras abiertas al tráfico?
Un tipo tumbado sobre su bicicleta para adoptar una postura aerodinámica en un día nublado o un día de sol, un ciclista sin reflectantes que avanza a una velocidad excesiva para la máquina de que dispone, más concentrado en los latidos que siente tras las orejas o en que no le llega suficiente cantidad de oxígeno a los pulmones que pendiente del tráfico que le rodea, se convierte en una línea sobre un gris asfalto que salpica agua o despide calor, y supone una trampa para él y para los conductores que, si los matan o los dejan paralíticos, verán su vida arruinada… La de ambos… Y la de sus respectivas familias.
Cambios de ritmo y esprines, abanicos y relevos… Todavía no he visto un ciclista que entrenando en la vía pública señalice con su brazo un giro o cambio de carril. La prisa o la velocidad les devora, el afán por no parar, por marcarse un buen tiempo. Circular con un constante déficit de oxígeno impide tomar buenas decisiones. Corre que libras. Estás entrenando y tienes derecho.
La culpa… en este caso de la presión social ejercida por un colectivo sordo a la razón y ciego a la evidencia, y también de unos políticos complacientes que no se atreven a prohibir los entrenamientos en las vías públicas.
Permítanme una pregunta… ¿Cuántos cicloturistas mueren atropellados al cabo del año, al cabo de un lustro? Compárenlos con los ciclistas muertos con maillot y culote, con pulsómetro y cronómetro. Les dejo unas reflexiones que en su día escribí en el viejo blog.