En los años ochenta del siglo XX, hace nada para los abueletes, no hace mucho para los que peinamos canas, toda una vida para veinteañeros y ‘categorÃas inferiores’, corrió como reguero de pólvora la idea de que cualquiera podÃa dedicarse a esto del deporte con poco esfuerzo. Y crecieron como hongos tras la lluvia los entrenadores de fútbol (aún hoy todavÃa existen muchos entrenadores de balompié que ofician con el tÃtulo prestado y la federación sigue mirando para otro lado), y los monitores de gimnasia para amas de casa y abuelas.
Sà que han creado en España una licenciatura para esto que han dado en llamar las ciencias del deporte (que, la verdad sea dicha, el deporte tiene de ciencia sólo lo que la ciencia quiera tener de deporte), pero existe también la vÃa federativa donde después de pagar un cursillito y organizar algún campeonato, todavÃa hoy se regalan tÃtulos que habilitan para impartir clases y entrenamientos. Y por supuesto, en un paÃs cargado de derechos, de tabúes y de complejos, existe la vÃa privada del deporte, donde sólo cuenta el número de afiliados que tenga una franquicia. Quiero decir, sólo cuenta hacer caja.