Hace unas semanas escribí en contra el colectivo de los disminuidos físicos y criticaba entre otras cosas los sucesivos cambios de nombre para definir una misma realidad. Hoy atajaré otro tabú, el tema de la orientación sexual de cada hijo de vecino.
Quiero explicar que en el título he forzado el degradado tratando con la primera definición de acoger también a ambos sexos (por favor, no se me solivianten los del colectivo LGTB ni las feminatas profesionales —las que viven de esto— porque al decir degradado me marco un torpe símil con esos fondos de páginas webs en los que se pasa de un color a otro progresivamente; no es bueno estar siempre a la defensiva —para saltar atacando—, y hay que dejar escribir, dejándose ir con la lectura que se ha escogido, pues al final puede saltar la sorpresa).
Resulta que un internacional alemán de apellido impronunciable para un ibérico (macho, aunque firme como ‘la aguja’) acaba de salir del armario, o dicho más fino, acaba de hacer coming out, que dicho en inglés parece que no suena tan mal, y si no está de acuerdo remítase el lector al título de este artículo. El hombre, homosexual para más señas, cosa que a mí ni me importa ni me interesa saber, se apellida Hitzlsperger y ha sido 52 veces internacional con Alemania de 2004 a 2010. No me gusta el fútbol pero sí suelo ver partidos internacionales de campeonato. Lo lamento, pero no le recuerdo, ni por el apellido ni por la foto.
Conocido o no, famoso o tampoco, lo que no alcanzo a entender es el revuelo que se genera cada vez que un jugador declara (que no acepta) ser homosexual. Yo declaro ahora mismo que soy heterosexual y a nadie le importa, claro. Pero… ¿y si todos los jugadores de la liga hicieran como yo?
La Merkel anima a los jugadores alemanes a hacer el fino coming out. Gary Lineker felicita al jugador por su valentía; Podolski hace tres cuartos de lo mismo. Y el fútbol alemán se hace eco de lo que dice su canciller… (copio y pego):
El pasado mes de julio, los dirigentes del fútbol alemán declararon la guerra a la homofobia, comprometiéndose públicamente a respetar a los jugadores homosexuales e instando a los clubes a que favoreciesen más ‘coming out’.
Pero Hitzlsperger declara su condición una vez retirado, y eso, amiguito, no tiene tanto valor (por lo que explicaré dos párrafos más abajo). Propongo que se invierta el proceso, si es que de verdad quieren acabar con este circo y pasar página.
Que cada equipo forme en hilera y los jugadores heterosexuales den un paso al frente y declaren su heterosexualidad. Los que no deseen dar el paso al frente que no lo den. A lo mejor resulta que en un equipo dado (solidariamente) nadie da el paso al frente… Fin del problema. Comienzo del misterio.
Sí, vale… Pero todos sabemos que el problema es convivir en el vestuario con un homosexual sabiendo quien es el homosexual (créanme, no existe ningún otro problema). Entonces cambiemos el gesto. Que dé un paso al frente quien no le importe que un homosexual comparta vestuario con él (1).
Me temo que serán pocos lo que queden sin moverse del sitio (dados los vientos que se están haciendo correr), aunque alguno habrá, por descontado, que permanecerá anclado en sus posiciones; pero si el gesto del fútbol como colectivo es exitoso se habrá logrado que estos chavales, que pueden llegar a vivir situaciones angustiosas por ocultar sus tendencias sexuales, se sientan arropados.
Convengo en que el gesto sería socialmente peligroso pues se corre el riesgo de que sólo unos pocos dieran el paso al frente (no sabríamos nunca nada de la orientación sexual de cada uno), pero entonces se le iba a caer la máscara a esta sociedad mojigata a la par que hipócrita.
Al menos la señora Merkel tomaría conciencia real del problema y no animaría tan alegremente «a los deportistas homosexuales a no esconderse más. «No temáis», les dijo», como si fuera fácil: ella se va para su casa y los chavales quedan señalados. También se sabría por dónde comenzar a atajar esta situación que comienza a resultar enojosa por no tener final y es grotesca por el doble tamiz en el que se escudan los mandamases. Los dirigentes del fútbol alemán cubren el expediente de cara a la galería con frases huecas sin actuaciones (ni una mala frase, ni una buena acción): ellos se van para su casa y luego declaran que no pueden controlar a la afición. Si el gesto que propongo no fuera exitoso, estos nababs se verían obligados a emplear su dinero en adoctrinar a sus jugadores mediante cursos de concienciación sobre la libertad sexual de los demás.
Y en el vestuario paz y en el cielo Gloria… Merkel. (¡Ah, no!, que es Ángela…).
(1) Me parece que si hubiera escrito Que dé un paso al frente quien no le importe compartir vestuario con un homosexual mi propuesta tendría menos posibilidades de prosperar. Así somos… o así nos veo.