Esta sociedad, además de generar muchos otros residuos, genera ingentes cantidades de ruido. El silencio está devaluado, denostado, y hasta es de mal gusto. Quizá sea porque la capacidad para generar ruido da poder, un poder inabordable y cruel sobre quienes nos rodean. No hay más que darle un tamborcito a un niño pequeño y en cuanto descubra que el infernal juguete desquicia a los padres no dejará de aporrear las baquetas contra el plástico que hace de parche. El niño se sentirá superior a sus mayores, y la gracieta del tÃo que trajo el puñetero regalo a buen seguro acaba con dos azotes en las posaderas del infante.
Hacer ruido nos da poder. Puedo evitar que alguien entre en mi casa. Amén de las leyes que salvaguardan mi domicilio, puedo poner puertas con cerraduras y ventanas con fallebas. Nadie podrá entrar en mi casa si no es violentando mi vivienda. Incluso puedo evitar que mires lo que tengo dentro. No tengo más que poner unas cortinas o bajar las persianas y no podrás ver el interior. Pero el ruido… El ruido es otra cosa. Cualquier nini (de esos que ni estudian ni trabajan ni se esperan que hagan algo) puede ponerse debajo de mi ventana con las ventanillas del coche abiertas y la radio a todo volumen, y no tengo manera de evitar que el ruido penetre en mi domicilio y me moleste.
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