Archivo mensual: junio 2015

Aberraciones: himnos nacionales y deporte

Por enésima vez…

Los himnos nacionales fueron compuestos para ser interpretados en momentos solemnes, y un encuentro deportivo es un momento festivo.

Los que se indignan por la pitada al himno español en la final de copa futbolera quizá harían mejor indagando antes en los motivos que dieron origen a la interpretación de los himnos nacionales en los encuentros deportivos. El movimiento deportivo actual surge a finales del siglo XIX en un mundo donde imperaban los nacionalismos exaltados; y así le fue a aquel mundo, con dos conflagraciones mundiales e infinitas réplicas en forma de guerras civiles en una miríada de países, incluido el nuestro, que se cobraron millones de vidas humanas y propiciaron todo tipo de atrocidades en nombre del nacionalismo que cada cual entendía como verdadero.

Dejar atrás tan perniciosas exaltaciones patrioteras se hará efectivo el día que se abolan los himnos nacionales de los encuentros deportivos. Propio del torpe que huye hacia delante es pedir ahora sanciones ejemplares; empero, es de sabios sentarse a recapacitar sobre el pasado heredado.

Deberíamos considerar: un deportista o un grupo de ellos no representan a un país. Al menos a España la representan las personas que hemos tenido ocasión de elegir directa o indirectamente, les hayamos dado el voto o no, nos guste o nos disguste que estén ahí —como por ejemplo el rey y su casta (en su primera acepción)—. Un país no juega un partido de fútbol ni tira a canasta ni corre sobre una moto. Cuando un equipo deportivo pierde, la honra de su país continúa intacta. Y en el caso contrario, cuando una selección de una federación nacional gana una final, su país sigue donde estaba sin escalar puestos en los foros internacionales, verbigracia las Naciones Unidas, el G-8 o la Unión Europea. Pretender lo contrario es un absurdo.

El movimiento deportivo es un movimiento de índole privada. Confundir y revolver esta base del movimiento deportivo con los intereses del grupo político que dirige un Estado en un momento dado es propio de ignorantes. Las falsedades, aunque se repitan un millón de veces, siguen siendo falsedades. Y de que «todo el mundo» afirme algo sólo sabemos que lo afirma todo el mundo, no que sea cierto (¿es necesario recordar que literalmente todo el mundo afirmaba que el Sol gira alrededor de la Tierra?).

La institucionalización de los himnos en el deporte es una herencia arcaica, un vestigio residual que debe ser abolido para no enturbiar la paz social entre los que creen que un himno es sagrado y los que van de fiesta a un estadio deportivo.

El aficionado acude al estadio al reclamo de un encuentro deportivo-festivo —y pagando la entrada de su bolsillo—, no a que le impongan actitudes marciales impropias de los tiempos que queremos vivir. Con políticos incapaces serán las federaciones internacionales quienes impondrán cordura; ocurrirá el día que estas federaciones pierdan dinero por la estupidez insana del político que pretende suspender el encuentro por pitar un himno.

Las chicas de las mazas y sus opiniones guais

A las niñas de la gimnasia rítmica (las cinco en torno a la veintena) les digo que mejor harían concentrándose en lo que saben hacer tan bien que en opinar sobre intangibles que les vienen grandes en su ingenua juventud. Si investigaran en la historia del deporte moderno igual se llevan la sorpresa de que el idolatrado Pierre Fredy, barón de Coubertin, el impulsor del olimpismo moderno, era un misógino confeso y convencido. Si por él hubiera sido las mujeres nunca hubieran participado en unos Juegos Olímpicos, y en consecuencia es muy posible que estas gimnastas nunca hubieran obtenido su medalla de oro porque por él el deporte femenino no existiría. Fue este mismo barón de finales del siglo XIX, tan aristocrático como decadente, quien con sus adláteres y siguiendo intereses particulares instauró la costumbre de interpretar himnos nacionales en el deporte. Seguid apoyando su ideario, majas: #loshimnosSOBRANeneldeporte.

¡Qué gratuito es dar opiniones guayantes!; pero se deben sustentar con argumentos sólidos.